27.10.06

Destino de Río

Imagino que muero orinando en un callejón oscuro mientras el ojo escrutador desencanta su mirada detrás del vidrio empañado donde anidan furores retorcidos por el celo ignominioso. Los muelles descarnan el agua podrida que arremete contra la memoria de nuestra memorable noche de glorioso espanto y desangra la tierra y sus humores nocturnos. Las huestes del deseo se han aplacado pero no los ardores endemoniados, no la bilis abierta de la sinrazón. Los edificios construyen el cementerio de la desdicha, sin embargo la raza milagrosa que sangra voraz en el apetito desmiente tanta mortandad. El frío no dejará que se seque, no dejará de penetrar la escoria cancerígena que nos vuelve cadáveres una vez satisfechos. Imagino que escribo tu nombre antes de dormir la siesta eterna y desmayo el ardor de las roídas y enjuago los jugos de los disfrutes en la pampa de tu cama acogedora. Escribo en la nada los encuentros furtivos y tallo esculturas donde solo hay silencios. Trazo un itinerario de absurdo dolor cuando debería ir caminando por las callejas carcajeando este doble estigma de abrasarte cada vez que el nombre te resuelve mágica, iluminada en tu desnudez, en el fuego que me quema y me arremolina, me abraza y me viste de adrenalina.
El agua corre como el reflujo de un fluido eternizante. Cada momento de la pequeña vida se opone a la cultura, se opone a la interpretación y como una loca arritmia pienso y deseo, escribo y dibujo, sueño y vigilo. Vigilo cada centímetro de mi excitación elocuente, de mi voraz despliegue de pirotecnia estilizada, mi hambre de sentido y olvido del sentido.
Imagino que los laberintos se estiran en un único plano donde igualmente me sorprenderá el hilo, aunque me niegue, aunque quiera ser parte de la trama y no el hueco significante, el estorbo de la asociación, la calidez del ritmo o el plano de todo lo que puede ser. Esa potencia de diseñar soñando, esa raíz de todo, esa cadena de malolientes resabios arrojados a la cara del ojo escrutador para su rencor y justificación. Matarme y morir no es lo mismo, sino un obligado destino de oposiciones donde la malla de los enjuagues se nos parece, se nos aparece. Sonríes cuando te vas borrando entre la bruma de la despedida hasta que vuelva como un fantasma para acuciarte con los tajos de la locura. Allí, entre roces y estampidas, entre babeos y cadencias repetidas, entre tu voz queda, sensual y lánguida, plegada a un respirar tardío y elocuente, adormecida y vivaz, estallarás nuevamente, detonarás.
Y yo seguiré orinando en la puerta del calabozo o en la boca del cazabobos, pero ya sin enmendar el recuerdo, ya sin amenazar al destino, sino, tragando cada suspiro, para que me acompañe cuando, sumergido en las aguas de un río extraño, compare el placer, y lo muerda, y quiebre esa cápsula de gozo.
Para ofrendarlo, sin ser yo el mismo, a otra mujer.

30.9.06

Las Sábanas Ajadas

Los ojos me devuelven al estiércol de la matina, al estéril tapiz de la mañana doblada por la neblina. Como ánimas las manos animan el fuego en torno al cual los monjes de la intemperie y los perros se calientan y descubren el olor picante de las ramas quemadas, la efervescencia de la yerba mate, la urgencia de la garganta, el escozor del tabaco rancio y el prurito de la sarna. Los muelles desencantan su muerte, el sonar del agua que baja invisible llevando olvido y esperma tan lejos como sea posible. Después la calleja se abre para engendrar bicicletas montadas por seres desflecados y encubiertos cuyas arrugas condensan el agua que corre como por canales o surcos confundiendo sales, intercambiando lágrimas, lluvia y transpiración. El sabor del orégano descansa en el fondo de la lengua entumecida y los músculos sueñan con una balsa que se deja empujar por el mar, a la deriva, como la voz de los descabezados por las explosiones en el Líbano, pero la realidad estropeada en el hondo suceder sacude la espera inaudita, la perspectiva incompresible con fondo de humo y niebla que se aman y retuercen como una dínamo de confusión. Los dijes, las perlas y las joyas naranjas de la enredadera empalidecida que insiste con su savia entusiasta, para quebrar tanta monocromía, tanta sinuosa aspereza, tanta blanca matanza del color.

29.9.06

No Decir Esta Boca Es Mía

Entonces la boca.
Ajada en su descarnada negligencia de severidad y enturbiada por el color de los cosméticos que no ocultan la armada estrategia de atracción, quizá sonríe, pero no lo sabremos ni aún saboreando la película húmeda de su efectividad. Habrá señuelos más eficaces pero perecederos, y habrá olvidos inmediatos que nos hagan volver a caer al seno sinuoso de la trampa. Porque entre trampas y tramas vive el hombre.
Porque desde el brillo y desde la curvatura se llega a la locura.
Entonces la boca
Besa otra boca como en un juego de espejos y dos lenguas se hablan un código de salivas y arrebatos eléctricos domesticados en la morosa ternura. Un códice de jugos y fervores que aletargan el sentido y abren la marcha hacia el horizonte de la demencia. La demandada demencia.
En esos labios se yerguen los míos ahondando y traduciendo el habla brujeríl de placer de sensualidad táctil y visual. Y en esos recortes del cuerpo quiero ahogarme, en esa invitación dibujada en la primer palabra o en el primer mohín, en la sangre que fluía por los canales ocultos y acelerados de nuestro original roce cuando de puta te pintaste cuando de puta me ensordeciste como una sirena que me ata al palo mayor de mi propio sexo sin necesidad de emitir ningún canto a menos que llamemos canción a los gemidos entrecortados que se abren cuando esas frutas gelatinosas se despegan un segundo para que el aire fluya y me golpee en el vientre.
Entonces las bocas.
Esas bocas locas como abismos que me interrogan ingenuas ¿Qué espero? Qué espero para suicidar la razón y dejar que me arrebaten estereofónicamente.

30.8.06

Susurros

Que desaparezca del aire que la niebla lo envuelva a uno en la indefinición de un rumor pálido que nada dice de mí ni de ti y que el diario de hoy se queme se vuele por las calles hasta disolverse en las alcantarillas roñosas de la ciudad.
Que esa vetusta estrategia de amarillear las palabras no nos sirva ni enloquezca el sentido de lo que alguna vez nos prometimos. Ya todo está perdido, y por el oído justo como la lápida ordenada donde los almuerzos desnudos, dejemos de cubrir este polvo, esa tierra, ese sueño. El estigma es estigma sólo si damos crédito a la patraña. Nadie que te mire hablará bien ni siquiera las heridas propiciadas al banco donde la noche nos cobijó y nos puso a reparo de nuestra locura expresará con certeza lo que nuestro abandono creó cuando tu desnudez y tus ojos entraron en crisis y la oscilación perfecta de la materia hirviente agitó los puentes como un látigo despedazó las formas y los ritos y las convenciones abriendo definitivamente el cielo de nuestro mutuo ardor.
Un conjuro inútil el de sobrellevar ocultos la grajea de placer, hay que saltarle al ojo del susurro y acuchillar el chisme, amordazar el loco sentido y cortar las palabras en otras palabras para que el trueque no sea un mero truco de malabarista de circo pobre. Las mordazas mágicas de las risas y el encogimiento de hombros para que los hombres caigan derrotados en el fanal fangoso de la bobez ¿existe esta palabra? ahora sí. Ahora sí mi amor que somos historia roja en las orejas tontas del ir y venir. Si querés te acompaño a misa del domingo y te guiño el ojo selvático entre la muchedumbre que masca el tocino de la ignominia como si fuese el nombre o el nombrar de la probidad. Virtud es tu piel lacerada por mi boca que roe tus intersticios anhelantes y escribe otra historia de domingo fresco esfinge de descuido, hueco de bruma que se abre para que nuestros ojos rían al unísono y juntos se nublen mientras la turba enardecida habla y habla y se desgañita levemente como para vociferarlo y callarlo todo a la vez. Pero las masas de aire agitado las partículas el aliento del lobezno y la bajeza de la hiena que hiere el tímpano, te digo, inútilmente amor mío, que entre tantas otras te cubres las ubres mordidas en un santiamén en un hola que tal chau me voy pero cómo me voy me voy así corroyendo este regusto este recuerdo que te llevás en mi saliva y juntos y solos saboreamos el helado caramelo del pecado, mientras todos hablan y no saben qué.
No le temas a lo demás.
Desde una punta a la otra tus ojos y mis labios tus labios y mis ojos hacen la palabra en el silencio distante, como en un susurro, que nadie es capaz de oír, nunca.

28.8.06

La Imagen no es Nada

De par en par parto la tiniebla de este estío como si fueran hojas de hojalata cuyo destellar se traduce en un código de luces donde el mensaje precede al hastío.
Hastío quizá de envolverte en esas sedas virtuales de tenues pasteles que sugieren una delicada perfección de las formas. A trazos tras la cámara que el ojo arrebata y remata en un punto oscuro de la nada. Mientras el olvido ya no es cosa del pasado ni del presente. Qué digo! la herrumbre de las cosas descubiertas del film niegan su maquillada muerte precisa. Donde el dolor es vano, y la ansiedad ya se ha quebrado por la angustia de estar siempre unos milímetros más allá de mis sentidos atrapados en un estallido de chispas. El fuego frío de la oferta confraterniza con las mariposas de lo efímero. Allí reducido a la fugacidad, a la tenacidad del pulido eterno, medio muerto de hambre la infinita estructura del deseo se muerde la cola. Y en esa nueva ola tan vieja como el mundo pero maquillada de célebres diseños se retuerce el conglomerado de aspiraciones lineales. Tan cerca del fin y tan cerca del principio, marquillas como naves oscuras que zarpan en medio de la tormenta buscando un puerto inexistente, una espuma como burbujas picantes que en arco iris se inflaman para callar luego, cuando todo está perdido, en ese regocijo de saberse un eco imperdurable, una esperma de la especie preciada aún sin mácula o sin el consabido rótulo. Ser único o única en la parodia de la reproducción serial y cíclica, con un dejo de fragancia satinada.
Los muelles de mi locura han sido hundidos en la espesura de la imagen, y sin saberlo la intuición ha cargado el arma para que el diablo la dispare inútilmente. No podremos esta noche beber el agua de la vida eterna porque la vida nos llama a otro rincón, un pesebre y un arca de aquellos que no subieron la primera vez. Sin embargo preferimos la sangre a la alhaja rubicunda de las entrañas que bochornosamente nos gruñe la especie y como un fetiche vestido de sombras y luz esclarecidas por la luna que abre el bosque en medio del incendio del ocaso el recorte de una silueta nos asusta.
Qué deberemos sorber, qué deberemos tragar para que esta batalla decline su furia edulcorada y ahíta de amores triturados. Como cachorros ciegos nos abalanzamos contra los cristales de las pantallas, nos difuminamos en los spots opacos de los castings y como donantes de cabezas esmeriladas arrebatamos nuestros sueños para darle lugar al sueño de los estúpidos que bellamente nos blasfeman en nuestro rostro, en el rostro de nuestros hijos que bajo las miles de sierpes se doblegan a la velocidad. La tan rampante velocidad. Interpretaciones. Una bolsa de sentidos el viento nos quema como miles de afiladas hojas de acero que surcan el punto oscuro para fraccionarnos mejor, para ofrecernos con nuestras endebles convicciones de que afuera se está, adentro se es.
Y alegremente nos traicionamos.

26.8.06

Es Todo, es Nada

Estoy ciego de tanta inmaculada certeza; al borde de una revelación que me abrirá el fuego de la genealogía y me dejará tendido en el arrabal a merced de lobos antiquísimos. El humo podrido de la ciudad será el telón de fondo del escurridizo miasma como un volcán tejido por las alcantarillas ardidas en la noche del verano, de la calma bochornosa de mi alma que se desteje para dejar entrar un suspiro sin origen y sin estirpe, un instante antes de que la tormenta arrolle con todos lo humores de la urbe enloquecida que se prepara para otro acto, para otra puesta en escena; para otra simulación de la vida. Y en ese momento que no es un instante sino una apreciación o un paréntesis donde otro me habla y donde por otro hablo como si fuera un ventrílocuo que olvidado de gemir en la madera se alza por encima de la cubierta insensible e interpreta no los errores sino los horrores de múltiples existencias estallará hondo en un sacrificio que no tiene sentido a la interpretación humana. Vejado por el silencio de la multitud indefinida y harto de otros escasos contoneos, o ahíto de imágenes que no me devuelven a la unicidad, despierto de cada uno de los sueños que se superponen capa a capa hasta desdibujarse como ilusión, o marcado por el tropiezo con la escurridiza realidad, el mito de la real realidad palpable y sensible, me ahogo en esta belleza de inminencia. Pura pátina.
No habrá fuegos de artificios y nada anunciará otra cosa que un melodrama, o un tango gastado en una habitación alquilada al destierro del desierto afectivo. Las ventanas se abren o se cierran según desde dónde se las contemple (es una falacia). Pero no habrá lluvia capaz de lavar las veredas mugrientas de la noche, ni los oscuros rincones donde las bestias mascullan el infierno de la prepotencia. Los diarios de la mañana mentirán lo que quedó de la violencia sin rostro. Te habré palpado sin permiso, y habré conocido ¿qué? solo la superficie del miedo y de la impotencia. Los diarios querrán contar la verdad del modo que quieran contarla, siempre y cuando los titulares dibujen la sangre de papel que atraiga a las moscas de la carroña. Si eso alcanzase, pero no es así. El conjuro se prepara solo, o miles de arañas lo tejen día a día, noche a noche, y la revelación nunca alcanza, la tormenta es como las lentejuelas de la vestimenta del bufón, de esa marioneta animada y desarticulada que ensaya cabriolas en medio de la plaza pública sin testigos, porque –como dije– la multitud es apenas un croquis, un afiche mal impreso, un eslabón suelto y loco que gira y gira como el disco de nylon de donde se arrastra esa melodía dolida y espantosa que canta a la decrepitud ardorosa de la belleza.
Estoy ciego, expectante.
Es todo, es nada.

Yo no te digo

Yo no te digo que sigas, que te doblegues que te embeleses, ni siquiera que anudes tus desnudeces al opaco pétalo de las flores muertas en las tumbas de los parientes que extrañamos pero que no visitaríamos nunca más. No insisto en que desarmes tus temblores por la espalda, ni que te vuelvas y abreves en mi mordaz humor de lunes por la mañana ni que riegues los esfuerzos del jardín de la locura. Solo sombras cosecharás si me buscas en el espejo cada noche, si me dibujas de memoria en la arena de la playa la vez que tienes la oportunidad de escaparte del mundo y vagar hacia el horizonte teñido de tormenta y carteles de lata. El pan de tu nostalgia no te pide que lo devores no te pide que lo envuelvas en perfumes de panaderías abiertas, de ungüentos bramantes con especias y ajos.
No, yo no te digo que te muerdas la lengua ni que te acompañes las siestas con tu negro déshabillé, con tu lencería de puta decadente, con los harapos de la imagen que tragaste como una píldora de la felicidad. Estábamos lejos, nos olíamos a la distancia y te acercaste a desovillar tu deseo de madraza en libertad y formulaste una obligación como una pócima.
Yo no te digo que sigas porque nunca te dije que avances, siempre golpeo la ventana de mis amantes cuando quiero entrar, siempre giro el pomo de la puerta y me quedo allí, a que den el empujón; a que cierren los ojos y abran la ansiedad; a que dobleguen los marasmos de la mentira de la hambruna de la parricida palabra mágica. Los largos dedos de la enredadera que cubre los hombros de los balcones; las flores que engañan las luces del día; los guijarros que se disfrazan de rubíes en los poemas de los falsos poetas; las vituallas del amor que es sangre y pulsión; los ojos distintos y sedosos que cobijan la languidez de la espera; el esperma que no se regala sino que se ofrenda; el envoltorio lúbrico de los cuerpos; la salada mordida del relámpago cuando tus tantos otros cuerpos se disparan en miles de imágenes que suben por mi corteza áspera de hombre ocasional, retardarán el estigma.
Yo no te digo, simplemente te penetro a la hora en que todos los sonidos tienden a aquietarse menos el derrotero del agua de los arroyos o de los ríos que lavando el sol se lo llevan a orillas lejanas y frías y el de los aviones que dejan una breve estela de sombra sobre los sembradíos de oro y plata, donde la prosperidad crece y se cosecha. Simplemente te penetro y me olvido de tu olvido y mil cuerpos se activan cada vez.
Cada vez.

25.8.06

Horas Extras

Tal vez, a esta hora no estés, no te hayas dado la vuelta para mirar caer el sol, ni asomar la primera estrella, ni estrellarte con la mirada oscura de la ventana del cuarto de enfrente, donde estoy yo habitualmente, menos hoy.
Hoy estoy describiendo el pelaje de los gatos, y a ratos, giro la cabeza y espío por el ojo de la cerradura al cuarto vecino donde una muñeca estudia en voz alta un inglés percudido, y creo que el frío que entra por la claraboya le está afectando la garganta. Una garganta que pronuncia fonéticamente un habla sinsentido, y gime cada tanto cuando descubre que un escozor le sube por la entrepierna, y es de frío, de ninguna otra cosa. Me han dado trabajo extra, describo el pelaje de los gatos, en lugar de estar frente a la ventana de tu departamento a la hora que mueves tu cabeza y agitas tus cabellos y luego te paras y me miras desde allí y me sacas la lengua. Después cierras la ventana y el sol cayó, el ocaso acaso ya haya sido por última vez y ni vos ni yo nos enteramos, yo por mirarte enamorado y vos por reírte de mi silencio estúpido y contemplativo. Sí, mientras yo describo los gatos de todos los continentes tal vez a esta hora estés tomando el té en otro lugar, o como yo, con alguna tarea insólita con el único fin de no mirar hoy por la ventana y encontrarme ahí cerca y distante, sin poder gritarte que te mordería los labios sin lastimarte, que dejaría que tus cabellos lacios se enreden en los pezones mientras abro tus piernas para meter mi cabeza entre ellas y como expresa una mala traducción española ¡comerte el coño! Y mientras alcanzas un orgasmo terrible yo te hago preguntas insólitas, o sentencio cosas del tipo ‘la literatura está movida por el sexo’. Sí ¡eso! accediste a hacer horas extras en la oficina con el único fin de no hallar mi figura que te perturba y por eso te burlas. Tu jefe ha dejado que corrijas las rimas cacofónicas que se le escapan en los memos porque alguna vez fue un poeta y la palabra siempre lo tienta y como no tiene control sobre ellas una arritmia que quedaría muy bien en cualquier otro escrito, en los memos, en las cartas documentos, en los formularios de despacho de logística, simplemente no quedan. Y vos que has demostrado tu pericia lingüística te encargarás ahora de ahogar la respiración automática de ese nuevo Bretón de saco y corbata, perfumado con una exquisita fragancia francesa que cuando la hueles sientes que te corre un hilillo de agua desde el valle de tus pechos amordazados por el corpiño hasta el pozo seco en el desierto luminoso de tu barriga, ella sí, expuesta a la mirada de tus otros compañeros oficinistas. Él se te acerca y te habla desde atrás, muy cerca del oído, y te hace un comentario que no alcanza a ser obsceno, y allí lo hueles, te impregnas, y ya no es solo el agüita que te corre desde los senos emponzoñados y listos para saltar y arrollar con los botones de la camisita cortita y abrir en pedazos el corpiño como si fuese una granada; es la piel, esa piel aceitada y ambarina que gustas de acariciarte cuando te bañas, o cuando te recuestas en el sofá de tu departamento, recién llegada de la calle, con el pantalón recién abierto y apenas la cremallera baja donde deslizas tímidamente la mano hasta rozar la aspereza de la pelusa del pubis. No, ya no es ese líquido impertinente que corre como si fuera la propia sangre que se le ha dado por el cauce de tu epidérmica superficie sino esos millones de puntitos que ahora tienen vocación de cráteres diminutos, de nanovolcanes que anhelan expulsar esos vellos dorados y largos que tus amigas admiran hasta la envidia.
Pero todo pasa, como los huracanes, rápidos, vertiginosos, potentes, dejando al descubierto la destrucción de la velocidad, porque eso es una tormenta: la destrucción que ejerce la velocidad. Tu jefe se aleja a otro escritorio, y deja ese vaho de sensualidad que apenas se difumina hasta agotarse ya te está mostrando otro plano: sus redondeces, las entradas mal disimuladas en la cabeza, el traje que está gastado en los codos y el pantalón arrugado de usarlo durante una semana seguida. Pero ha bastado un segundo para enardecerte, y en ese segundo te hubieses sentado en el escritorio y lo hubieses agarrado de la corbata hasta amoratarlo, le hubieses metido la lengua entre los bigotes y con las piernas le hubieses practicado un abrazo mortal para espectáculo de tus grises compañeros. No importa que el señor tenga caspa en los hombros, aún tiene esa delicadeza de saber mirarte, de quemarte en silencio, de dejar caer el gesto iracundo y sin embargo suave, de aquel que ha tratado a otras mujeres, algunas incluso más jóvenes y más bellas.
Y todo lo hacés hoy, quizá, para no llegar a tu casa solitaria y enfrentarte con este vecino cuyo único entretenimiento es abrir la ventana para ver si estás allí a la hora pactada, para dejarse humillar por la lengua de la burla, por tu gesto despectivo. Desprecio porque no ha sabido nunca golpear a la puerta en tu peor momento y sin pedir permiso violentar esa intimidad del hastío, sonreír y sin decir ‘agua va’ desprender tu camisita arrugada de tanto inflarse y desinflarse por la urgencia de una fantasía doméstica.
Pero, si es así, perdiste una oportunidad porque hoy no estoy como siempre fisgoneándote sino en otro lugar de la ciudad, describiendo el pelaje de los gatos de Egipto, clasificando las orejas de los de Turquía (¿existe Turquía?), mientras en un cuarto contiguo una mujer estudia inglés en voz alta, creyendo que ya no hay nadie en la oficina, ensayando inflexiones hollywoodescas, gimiendo frases entrecortadas, escapando de otras obsesiones solitarias. Perdiste esa oportunidad, y perdimos el ocaso, el nacimiento de la primer estrella que en la gran urbe solo puede intuirse.
Hasta que al fin la barbie se da cuenta de que estoy allí, a un paso, en el cuarto de al lado, y como ya es tarde para avergonzarse, y es tarde para ir a cenar sola en el bar de la esquina, y es tarde también para terminar el trabajo que le había encargado su jefe, que hubiese podido cumplir si no se hubiese dedicado a frasear largas parrafadas en inglés gutural, y es tarde para huir, abre la puerta que da a mi despacho, se suelta el cabello y lo tira hacia delante, para que le caiga sobre los senos mientras desprende los botones de su blusa apretada y se sienta en el escritorio frente a mí, abre sus piernas todo lo que su falda le permite abrirlas y la fragancia de su piel casi oculta me emborracha hasta hacerme olvidar que hoy, ni vos ni yo concurrimos a la cita de todas las tardecitas.

24.8.06

Puertas

ya. En desordenados y apopléjicos cuadros. En una madreselva de opciones oscuras e impenetrables. En rápida emboscada de la sonrisa y muy por encima de la vasta lateralidad de lo cordial. Transeúnte de planos diversos y amplios. En la llamarada de la búsqueda entrar o salir es un icono. Desemboza el largo y pertinaz deseo que te lleva de una puerta a otra. Todas abiertas todas cerradas. No es lo mismo ¿no es lo mismo?
Criatura endeble o firme, áspera o untuosa como la miel, fulgurante u oscura, húmeda, flexible como la fibra, que trasuntas olores y explosiones de ansiedad. Tu piel se dobla, se expande, se tensa, y muerdo de a poco tus entradas.
Es oscuridad. Es noche, y los caminos giran en su irresolución, pero no es tan importante como lo que me impulsa. Salta cruces, salta charcos, salta piedras, salta basuras. Harto o ahíto, emboscado en la esperanza del lente en la jirafa que mi hijo pregunta, en el inglés deslucido del open door. El lastre tras los pasos del ocaso ya cerrado. La llovizna cae sobre las eras plásticas y una muñeca sueña su temperatura de clímax. Sé que allí, detrás, ovillada y latente ardes, ardes, ardes.
Miro los marcos que se desplazan hacia la nada vaga y ubicua, hasta enardecer la carencia y la sentencia. Qué muerte nos doblega! qué pasado se muerde la cola y desabrocha tus pantalones para exponer el culo ante el espejo que refracta la sombra de tu sombra. Te intuyo. No puedo más que intuirte hasta hacerte fértil y deslizarte mis dedos por cada poro de tu cuerpo, por cada orificio de tu humanidad desmayada en las vueltas del ovillo. Como una mariposa ciega estrellada en la lámpara, en ese foquito agitado por la música y el vientito de la cumbia en el galpón. Golpeaste y caíste, y ante mis ojos, revoloteas y revoloteas hipnóticamente hasta cambiarme de plano.
Estás viva. Estás viva? o del papel pasaste a otra experiencia, volaste recorriste caminaste con el andar sinuoso del felino los caminos de las puertas abiertas, de los oídos planos de las bocas podridas, de las esquirlas dactilares.
Te muerdo el recuerdo o la invención. Desayuno para dos, en el palacio de las ventanas cerradas, untada de melaza, brillante y lúbrica. Hundo un dedo en el centro de tu cuerpo y flagelo esos labios con los míos.
No hablamos, salimos a la calle ya noche.
Las luces no nos acompañan solo quieren engañarnos
los sótanos desprenden humedad, las puertas están cerradas.
Menos la tuya.

23.8.06

Paisaje

Toda la paciencia del mundo para desbordar la intemperie. Más bruto el cielo, más áspero en la espera, más espermático, más flema en la euforia. Así demuelen los sentidos a esta vista acunada en la nada. Catástrofes de montañas, liviandad del silencio que se duerme en el paisaje. Dolor de oídos, dolor de muerte, de vida, de belleza. Los sonidos ahuecan la espera inútil. Goce del mirar sin obsesión. Toda la paciencia del mundo para armar al desaire, al borbotoneo de la ansiedad, y allí el son se calma y las trazas de algodón viajan como perdidos. Como ciegos perros locos deambulantes en la noche. Encabritado corazón en rápido despliegue hacia la quietud olvidada. Como manchas anchas de lechal ensoñación. Deriva viva, un sol desmayado en sangre, un sol que ya no está sino en la antelación. Una devuelta estela de humo sobre el agua que se pierde entre las piedras oscuras de la tarde. Y los gritos ya no. Y los esfuerzos ya no, y no ya el descalzo deslizarse de las modas. Hasta desbordar la intemperie, hasta ahogar la paciencia, hasta salivar el diamante; el negro carbón, la doncella deslumbrante de la primera estrella.
Grafía del avión que ya no está. Icono antes de la noche. Blanca espuma, blanco deseo, blanco sueño. Como capas como cebollas, como los mil filmes en claro lunar. A la espera del astro, de la monstruosa runa amarilla que amenaza que atrae los designios. Los conjuros levantan su esplendor difuso, la magia elonga en la noche que ya cae, como cae la piedra, como cae la peste, como cae el agua de la lluvia golpeada por el viento entre las abras.
Increíble lapso. Increíble despertar al ocaso. Increíble.
Habrá que girar mi amor, volver la espalda, descender la emoción, resguardar la humedad, esa película suave que llevo debajo de la nariz como una pelusa ilusa.

22.8.06

Y no preguntas

Ya deja hablar el tramo tronante de la noche / enlaza en cada abra de la piedra la hiedra /que enreda el ojo del despojo / ¡allí duermo! en el eterno viento que sube desde el valle/ azota la oscura apertura del fuego /ruego por el esperma nupcial de la batalla que estalla en la vía láctea/ despierto al chamán en el vientre del miedo / No zozobres en el ahogo de estas palabras / la bosta el estiércol la mierda de los animales ciegos que lamen la luz mezquina de la luna / el secuestro de ese aliento en la puna desdibujada/ ajada y cruel talla / retorcido tronco que en vilo asombra el hondo hueco / La noche la noche de esmeraldas que me pierde y te ruega olvido / ¡allí yazgo! en el rocío efímero que cuaja los zumbones mosquitos del silencio / Una canción que desespera entre peñascos pulidos por la ausencia anda despedazándose entre caminos inventados / El arrastre de hojas juega y arrasa la vida anterior / Lo que ahora embadurna esa mirada en la nada / miríada de duendes / de abejorros insistentes / de un sol pintado en la nostalgia / de bujes que chillan quebrándose en el alquitrán de la ciudad muerta / Déjalo hablar / deja al relámpago que miente una próxima lluvia que te canturree cosas de antaño / ahora pedazo de abismo desprendido / ahora flácido ácido de escombro orgánico / ahora futuro abono / pasto de la noche / pasta de experiencias desplegadas / mar antagónico y agónica figura perdida contra el viento / el viento de la soledad / el viento que lima los filos de las piedras / las diferencias humanas / los clavos de la vida.
Arrójate
si puedes / si temes / si escaldas el crepúsculo que ya se extinguió / si te duermes sobre la tragedia / y no preguntas a la esfinge / y no preguntas.

21.8.06

No puede dejar de mencionarse

Como una estafa a la madrugada, o al cristal con que se la mire, la llaga amaga retrotraerme a la pesadilla, pero no hay mayor ciego que aquel que no quiere ver. No le doy tregua al llanto ni al lamento, aunque me muerda las ruedas del desaire, aunque los sapos no sepan mejor que las flores de calabaza fritas.
Como una vuelta de hoja en el ocaso, a horas de doblegarnos en insomnia resolución y haciendo estallar los frontales designios de la fanfarria. Será una fiesta y es un circo. Será un festejo y es un velorio. Será un amanecer y es la muerte. Será el holocausto y es un parto múltiple.
Como si el hado se hubiese olvidado de nuestro derrotero, y volteando el horizonte camináramos hacia una ciudad desconocida envueltos en la melancolía sin saber que nos esperan con los brazos abiertos: para un argentino no hay nada mejor que otro argentino.
Sin embargo basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, no hay rastros de nuestro pasado y sin él no somos.
El cristal o el vidrio de colores se ha reblandecido se ha disgregado en el sílice primordial dejándome en el vértice de la ausencia, sopesando el impulso para franquear una dirección que no sea siempre la noche, la bendita ácrata noche. No tengo un puto punto de vista y no hay arista de la que pueda colgar un juicio.
Sin embargo estás vos que no sé quién sos pero latís en la zona obscura, en el intersticio del sentido y la vigilia, y abro los ojos para desconocerte aún mejor en el encandilamiento de tu ciega belleza.
Los sones de la esa melancolía improvisan un lastrado tango que se arrastra por los pasillos de madera de la casa vacía y recién abierta. Los cuadros, todos del mismo autor, se ocultan tras una fina película de tierra. No puede dejar de mencionarse que los ecos de la casa vacía se parecen a los lugares comunes de la mala literatura gótica, pero a diferencia de los cuentos escabrosos aquí no hay realidad palpable y todo se asemeja a un sueño, que tampoco es.
Siento ese son como sonrojarse de la historia que no me devuelve la piel del amor, ni el color de los ojos de la inocencia, ni el doblez de la adolescencia en la que mi primera persona del singular fue muerta por la maga alucinación. Siento esa música como un reproche que vuelve por no haber sabido detener el tiempo en un cliché, y mirarme al espejo todos los santos días para descubrir azorado la permanencia de siempre. No olvido, aunque basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, menos este tango que suena como un blues sin negros, como una vidala sin ecos, como un martillo sin juez, como una guillotina sin cuchilla. Menos esta música defectuosa que pretende enarbolarse como un himno de una vida que no tuve.
Avanzo por los pasillos de madera hasta el final donde se abre en una vasta sala con sillones cubiertos por telas que parecen viejos fantasmas aburridos de participar en películas tediosas. Hay un olor a humo en el ambiente que nos retrotrae a un escondite donde encendimos nuestros primeros pasaportes al clímax. Y mientras giro la mirada devastadoramente taxativa me pregunto por qué hablo en plural, si en esta habitación estoy más solo que nunca. Porque esa filigrana en los vidrios ajados, esos dibujos en las manchas de las paredes en los despojos del empapelado no puede llamarse una compañía. Y esta música que se desgrana sin origen no puede hacerme creer que estoy más cerca de vos.
Un rayo de luz perfora la estancia como un estallido luminoso y por un segundo veo a tu rostro darle un destino al azar de las partículas luminosas del polvo virgen que agité con mis pasos pesados. Pero nada, es otra ilusión, otro relámpago, que me deja nuevamente en el vértice.
La noche morderá mis tobillos. Los lugares comunes me devolverán al mundo, por la mañana me pondré nuevamente el traje de todos los días, me ajustaré con ahogo la corbata al cuello de la camisa, esa camisa que lastima la piel recién afeitada de mi cuello. La puerta se abrirá al otro plano, el de todos y el de nadie, y este son morirá con la música de Stokhausen, con fondo de vehículos, bocinazos, cantitos vendedores y las consignas de los piqueteros.
Sin embargo, detrás del párpado, detrás de la retina que registra lo cotidiano, un radar acecha al estigma de lo que puedas ser, para transformarnos en una fiesta, en un cometa estallando el los albores del universo. Otra canción otro baile otra sensibilidad, otra percepción.

20.8.06

A puertas cerradas, ventanas abiertas

No sé quién te lo ha dicho ni quién te lo dirá. Pero la noche no se cierra porque sí, la noche no se dibuja por la mera tentación de la oscuridad. Lo hace en el olvido de las preocupaciones de la muerte del día. En el seno del ocaso que se desgrana como una barra de chocolate entre los labios alquímicos de la sensualidad, y en el manto de sedosas insinuaciones es el vacío que la tienta. Y es un paño en el que juegan otros seres y otros mundos paralelos, el polvo de otras experiencias. Como el cristal que descompone la luz en ella se recomponen todos los sentidos adversos.
En la humedad de las callejas vida y muerte es lo mismo, lanza la moneda al aire y atrévete a doblegar la suerte que te toque, la cara más deseada o el lado más temido que de tan temido no deja de ser otro deseo, oscuro, pegajoso.
No sé tampoco qué te han dicho, ni si me nombraron ciudadano ilustre y me dieron la llave de los misterios. Créeme lo que te digo. Vago como una neblina nocturna, o perfecto como la matriz de una telaraña mis largos dedos te alcanzarán en la fragua de la ensoñación. Soñarás que despiertas en medio de la noche lunar habiendo soñado que besabas a esa mujer que te susurraba respiros con acento español y te lavarás la cara frente al espejo del baño donde un viento sutil penetra por el ventilete, y cuando vuelvas a dormirte otro sueño te traerá hasta mí desnuda de dobleces e impregnada del aroma a jabón en la piel y tus ojos ahora celestes mirarán este abismo de placer e intemperie. Te resistirás apenas porque creyendo que solo de un sueño se trata recordarás las antiguas recomendaciones de no resistir al azar del destino. Imaginarás que gritar no basta porque siempre en las pesadillas los gritos no acuden a nosotros pero a su vez te preguntarás por qué no deseas gritar.
Te lo dije, las cajas chinas son el mundo y el mundo soy yo cuando quiero, y eres tú en un libro de antaño o en una balada de los años 70, o en la letra sin relieve de una página en internet, o en esa música que se desvanece junto con la embriaguez del momento, o en la imagen que tejes sobre el vidrio empañado del espejo del baño donde dejaste la ventana abierta y tus ojos celestes como la mujer del sueño te interrogan y te dicen si no estabas en otro lugar ahora, con otras personas en otro mundo en una fiesta en el viejo balcón del departamento que habitaste hace años cuando tu soledad te enemistaba con la oscuridad y las cosas dolían pero eran claras y precisas y tangibles. Y era ese dolor, ese desgarramiento justamente lo que le daba sentido al día, y a la noche, que aún no era este manto, esta tela donde los signos juegan un juego del cual perdiste las reglas, y la noche era eso, una frase trillada: un manto de terciopelo tachonado de estrellas, madre de todas las desdichas pero padre de todos los placeres. Pero ahora estoy yo, y alguien te dijo, y alguien también olvidó las claves, o te las ocultó, y prefieres no creerme que estoy en ti, que soy permeable a la vigilia, que las historias se repiten sin ser las mismas y que tal vez, solo tal vez, aún no has despertado.
Y quizá ya no lo hagas.
lamentablemente dejaste la ventana del baño abierta, aunque no hubiese hecho falta ese gesto para llamarme.

19.8.06

No te vayas no te quedes

Me pregunto: quién tiene la palabra. Si en abracadabra el sol y las cosas son esa rara antropofagia. Me pregunto si en soledad el ocaso es así de terso, y si cada reverbero del escudo del habla, cada verso, tiene astillas relucientes del reino. Si cada alcantarilla alcanza el freno de la boca, si a cada invocación del diablo, es presente voz y cuerpo, si los carbones de la mirada se encienden cuando la nombro. Si ella está hecha de papel o de sonido. Si en el nido oscuro y profundo de la deserción, toda promulgación es una fórmula.
Y qué lívido, amoratado lazo ahoga esto que destella en el horizonte.
Ahora las voces se han callado, ahora los ecos han cesado, ahora la tinta es sangre y el papel es humo, ahora no hay olvido y todo concepto se superpone se superpuebla. No hay, digamos, diferencia entre la nada y el todo. Moño de infinito. Roce de algas estériles que adornan tu cabello de inmaculada sirena. Presta fuego al otoño de la hoja extraviada. Ya el plomo de los años cabecea en el destierro. Ingenuo reverso de las pasiones. Anodino y prematuro, los espurios conceptos, un chiste, un lamentable chiste, una chispa de hondo hermetismo, una franca palanca del converso que clava uñas en el hombro. Que amortaja tablas rasas sobre un juego de oca. Tienden las palabras un puente colgante como una densa lágrima que se estira hasta desvanecerse. De esta ilusión, de este trapo sucio, de este vacío equívoco, de este despedazar lo tangible, la tersura de un rostro, el paralelo de una vía, el espacio personal de una vida, el desliz memorable de la gata oscura, el sueño precario de la idiotez congénita. Sí; el lugar común del nombre.
Así te quiero. Así.
Desnuda de fanfarrias y tiznada de noches borrachas.
Sin un sentido cabal. Así.
Aunque en esta debacle nuestra, el lazo ahoga este reino de confusión.

18.8.06

Soy el asesino

En esta mortal melancolía bizarra que arrea el colérico sueño del verano. Ya el cuchillo hendió el muérdago de felpa y como diarrea la esperma roja dejó su rastro en la rala espesura. No hay más que rastro y la duda que ahonda cualquier herida, hasta la de la purga inverosímil de unicidad. Todos podrán escarchar el lago de la opinión, la noche está perdida y las estrellas se desfiguran. Ulular, merodear la espuma de luces, la cana que rompe la magia. Sangre sangre sangre y ritmo en la traza. No indagues más el asesino soy yo que he visto subir y bajar con mortal desparpajo la hoja la sierra la dura cuchilla de la orfandad. Restregaba y arrancaba moles y lombrices espaciales eufemismos y admirativos adverbios. No insultes a mamá que duerme la nana entre algodones de clorofila. Licor de mentas que rezonga en la garganta cortada en dos. No quiero que me nombre ante la gente, no quiero que brille el pulido objeto, no quiero que nadie cree un espacio publicitario mientras las banderolas de la acusación amordazan la libre interpretación.
Qué llagada. Que vasta ambigüedad la niña y el niño, que ocultos en el desdoblamiento encontraron mi furor tanino, mi fuente de agrio desafío.
No me mires a los ojos si quieres la verdad.
La muerte que en el callejón embellece la historia. La transida calumnia que deshueva el monstruo de múltiples cabezas. El ojo que ensarta la aguja de la poesía y la proeza. La canción que arma el argumento. El despojo que ronda la ilusión del héroe.
Qué soberano desperdicio. Ni pegando papel con papel desbroza el uno a uno el principio y el fin. Porque magia del tiempo, allí estaba, allí no estaba. Y ahora recojo la visión desde la calleja solitaria. Tumulto, hormigas en melaza, tan distantes, tan devueltas a sus hoyos, tan desdentadas de motivos.
Runrún, conversación, sonrisas y estupor.
Ahí, caminando en lo obscuro, con fino deslizarse, y delicado aroma de solitario sonriente, allí entre sombras que juegan a ensombrecerse, entre figuras que se devoran en otras, quizá devuelto a su plutónica licantropía, con un camino largo y brillante, pero curioso, el duende, la carga de los celos argásmicos, el detalle de un deseo, el micro organismo de una pasión, hecha carne y a tu nombre. Sin la costilla iniciática, sin el paraíso brindado, sin sentido ni horror, afilando su segundo estupor, niña, niño o animal. Ciego y vidente a la vez. Sordo por sobre todas las cosas, duerme el durmiente, el eterno dios, que de un parpadeo nos acaba.

17.8.06

Vaina (s)

Te pega en la ancha banda del asfalto. Cuando llueve como escamas de pez, cuando brilla por los faros raros de soles movedizos. Al cruzar la estridencia de luces, y en el vuelco de un reflejo, un retrovisor ojo que se intuye. Ella se sube al esmerilado rodado, y latínico cofre de encierros. Frotar la lámpara hasta hacer emerger al genio, que es humo diablo solo humo en la pampa de los sentidos. El labio que brilla y se estremece en el espejito, sabroso resto de luz rojiza, jugo de un tinto acaramelado que se desborda de la copa de cristal, pulposo como una frambuesa. El parabrisas, el resquicio de la caja de Pandora, todas se encierran. Metálicos vestidos en las noches de hambruna, metonímica escafandra para esconderse o para exponerse.
Lustrosas y ajustadas, imaginadas o intuidas, en el gabinete oscuro, con el aire de fragancia de provocación, soñándose soñadas, sin destino o con el de la fantasía. Aroma a misterio, a distancias, a efluvios de sexo festivo. Vainas, cerraduras llaves rodantes que embriagan la ciudad. Dejan las ráfagas de las miradas, o el desinterés. Flacas, gordas, hombrunas, sedosas, rubias o teñidas, negras o marcianas, altas o bajas, atoradas en la miseria de un juego sin resolución. De refilón te juna, o te ignora, pasa de largo vuelve a casa o se raja, ronda honda en la penumbra que la oculta, en esa cáscara carnosa de sintético. Vigorosa en la estampa te espanta, pone esa lejanía de humo, con su dibujo de deslices y curvas ansiadas, gelatina textil que la desnuda como a la funda de un arma blanca. Un cigarrillo antes de lanzarse a la marcha.
Luz Roja, peligro, gira la cabeza y un abismo te ilumina, un abismo azul, oleoso. Y el hambre latiendo haciendo huecos en el periplo, abandonando el cuadro. ¿Dónde? ¿Quiénes? Quienes en resuelto deambular disparan la ineficacia de hombre solo, de lobo desguarecido cansado de soplar casamatas, de lamer estampillas, de fusionar hermanas con amantes, de doblegar el esperma impertinente, de amasar el deseo y fregarlo contra los muros de las paredes, de los carteles que te anuncian inalcanzable, de retorcerlo contra el rizado venus sin brazos, contra las montañas rosadas de la cosmética, contra el picante surco húmedo.
El ojo cazador acierta pero el movimiento se lleva la sonrisa de triunfo vano. El ojo sueña y lava el rostro cuya máscara de sombras no conocerás en la velocidad, vana también. El ojo muerde ese otro ojo sin edad, sin color o con el horizonte de todos los colores posibles. Ese ojo que ya te abandona, que se lanza y avanza por el éter, inútilmente, hasta desvanecerse.
Pasa en un segundo, pasan en un segundo. Efímero es el talante, y efímera es la imagen, envainada, modelada en plástico, fibra y metal. Láser de olvido, fragante presa que se fue con la tecnología, con las pantallas azules de los video clips, con las películas neblinosas de la estética, con la película del lustre, con la cutícula de las medias largas y hondas de texturas y membranas de piel sin grumos.
Luz Verde, chirriar, humo, aromas, intuiciones, apenas huellas de ellas.
Hidrocarburo, perfume de mujer

(Envueltas. Enlatadas, como guantes de acero. Distantes siempre, ajenas al mundo. Me hundo en esa blasfemia que en vano invoca un conjuro. Ni desnudadas ni embozadas. Suaves, suaves como las faldas que se pliegan sobre la butaca suave, tersa, suntuosa como esas piernas que se abren y exhalan el perfume de la locura, con esos breves movimientos sobre los pedales. No. No hay calidez en la imaginación, no hay una nación de despojos anhelantes de deseos con nombre y apellido, de miradas que se corresponden. No hay un gesto, un tornillo, una sonrisa, una correa de distribución, un bostezo, un cilindro, un parpadeo, una bujía, un agitar de cabellos, una caja de cambios, un murmullo cadencioso, un burro de arranque.
La gloria está puesta en la oscuridad. Y es en vano que cada músculo proyecte sus ganas, la cápsula se irá al quinto infierno, cuando la luz verde le dé el paso.
Hidrocarburo, perfume de mujer).

16.8.06

Primera Sesión

La pura verdad del ser es pura verdura que perdura a lo ancho del tiempo como un resorte estirado de un lado y del otro fijo al piso.
La pura paciencia de la ciencia que declina ante la invocación en boca del lobo y por fin yo yóstico de angular dimensión supina. Si, Yo Superyo inflado renombrado afirmado y negado insistido hasta que carezca de importancia. Decir yo hasta el punto en que decirlo deje de tener importancia interpretativa. Olvido de la radiografía del ICC, carisma careciente de conciente. Soy todo memoria, soy nada, soy.
Me olvidaré de tales lapsus que marcan un deseo entreverado con la verdad pura pura verdura insisto: zanahoria ya que es fálico dicen, y mienten. Decir la verdad aún cuando la voluta voluntad la niegue, y leerla escucharla es lo mismo que inventarla, señor. Pero, ¡qué digo! si la misma cima, el vértice del prisma aleph en el borde del diván, manual en mano, oreja abierta, voyeur dispuesto. Tus nalguitas quiero que abras y no tu ICC. Tu conchita quiero oír palpitar y no tus lapsus pequeña problemática devuelta del colegio, tu maestra también que venga que tengo mucho que escucharle che.
Tengo la sala solo para ti. Para que vengas a estirarte a contarme la verdad de tus contactos epidérmicos, olvidados relegados depositados en el oscuro rincón de una noche que yo yo sólo yo puedo hacer regresar. Ven y te abriré el cielo para que de él caigan grandes pijas y te remonten a 200 Km sobre hora. Pijas de gran cilindrada y registro orientalísimo. Rumorearemos la costa de tus pecados concebidos montados y a grandes velocidades recordatorias. Miraremos fotos donde sonríes con tu amiga o tu primita. Ella tiene que ver con el Ello. Te lo pide, te lo reclama, ábreme tu corazón salvaje tu razón motor tu profundo yo underscore under undo mi oreja en ese corazón oculto que palpita mi pito. Morir en tu verdad, yo ya estaba en tu vida cretina porque las razones enrulan tus pezones como botones. Eso muestras, pero no es suficiente, sigue abriendo querida sigue negando que negando me abrirás el corazón tuyo. Sigue cerrando las puertas que mi tramontina desgarrará esa telaraña temporal. Y vuelve al colegio nena tráeme a tus compañeras enfermas y a tu maestra que ella sabe lo que yo sé que yo ya estaba en tu vida cretina.
La capilla donde te cierras te encierran y entierran junto con el demonio que fiestea tus ojazos trémulos a la hora del arrepentimiento fugaz porque la calle te tentará y volverás a la sala que sólo para ti tengo. Soy la escucha que te serrucha en silencio los pliegos de tu histeria. Galopamos nuevamente entre velados deseos. Ven a mi boca a devorarme con tu pura verdad y letal goce que te plazco y me places con tus rodillas que comienzan a caer del diván para mejor mostrar tu corazón razón de algunos desajustes. Estás lista alistada acostada herrumbrada de tanto esperar con tus apenas años de pena. Aquí nena yace tu felicidad, dentro de este centro que te propongo con mi silencio elongado de nervios. Babeo, pero nadie se da cuenta de nada o nada de esta baba cuenta.

15.8.06

Dije: Cojidas, no cogidas...

Tendría que tener algo más que la vasta gran intención, gran puta, de pasar a máquina inanimada la mala letra de mi amigo. Digo, repaso el oso raspado del lastre, lastra la pluma sobre el pelpa, informe informe de una escritura extraída y extraviada. ­Cuántas veces querido compañero hemos dado en el clavo de la clave de nuestra -previas distancias amputadas- época!! Pero en vano bala el cordero a manos del guacho que lo amarra, les diremos que dormíamos mientras celestiales críticos se ocupaban de otras figuras, otras fisuras. ¿No te harta esta paja escrituraria que insiste en sobreponer el paradigma sobre la horizontalidad de las figuradas paralelas? ¿No es para lelos precisamente este pajonal donde la cabeza rodada hiede? Miremos por el ojo de la cerradura a nuestros padres que yacen cocidos por el calor de la frazada que ahoga y envuelve como las instituciones, calentitos, calientitos, cogiditos todos de las bolas, amarraditos ellos como amarraditos los dos espuma y terciopelo y rozamelarraya. ¿impúdico y confuso, verdad? ¿Qué pensará la gente, qué confusa bagatela entretejerá un culebrón? Deslices del sentido aburrido. Leo claves de un cerrado monólogo escrito por demasiados monjes sodomitas que tejen la maraña con sus culos y sus pijas -infantilismo ligado al deseo del trencito eléctrico lejos en los escaparates-. Claves enclavadas en jardines floridos con olor a gato podrido (oh! la rima que se arrima para tentarme siempre), hueles mal pequeña emponzoñada que flaca te estirarás, y fea, pálida como un espárrago, chupada nunca cojida, obligada a someterte a las caricias de tus pares, rezongarás frente a la asamblea de Los Directrices, o ante tiernas y lustrosas adolescentes que son serán un bocado que no te pertenece. Muchacho, apelo a tu juicio fructuoso, mirá el desierto y rajate un sonoro pedo, invocación de un buen hombre a sus lejanos ancestros intelectuales, decliná un poco el pelo para que la caspa de un honorable guerrero caiga como nieve, Apollinaire presente. Muchacho no escatimes esfuerzo para que tu verso abra las piernas de las nínfulas ante ti, las que quedan, las que movidas por un deseo menos siniestro que La Gran Cámara de TV, nuevo rostro del Señor, quieran ser cojidas por el autor, sí, ese estúpido mono que se contonea con la palabra y el mirar.