15.8.06

Dije: Cojidas, no cogidas...

Tendría que tener algo más que la vasta gran intención, gran puta, de pasar a máquina inanimada la mala letra de mi amigo. Digo, repaso el oso raspado del lastre, lastra la pluma sobre el pelpa, informe informe de una escritura extraída y extraviada. ­Cuántas veces querido compañero hemos dado en el clavo de la clave de nuestra -previas distancias amputadas- época!! Pero en vano bala el cordero a manos del guacho que lo amarra, les diremos que dormíamos mientras celestiales críticos se ocupaban de otras figuras, otras fisuras. ¿No te harta esta paja escrituraria que insiste en sobreponer el paradigma sobre la horizontalidad de las figuradas paralelas? ¿No es para lelos precisamente este pajonal donde la cabeza rodada hiede? Miremos por el ojo de la cerradura a nuestros padres que yacen cocidos por el calor de la frazada que ahoga y envuelve como las instituciones, calentitos, calientitos, cogiditos todos de las bolas, amarraditos ellos como amarraditos los dos espuma y terciopelo y rozamelarraya. ¿impúdico y confuso, verdad? ¿Qué pensará la gente, qué confusa bagatela entretejerá un culebrón? Deslices del sentido aburrido. Leo claves de un cerrado monólogo escrito por demasiados monjes sodomitas que tejen la maraña con sus culos y sus pijas -infantilismo ligado al deseo del trencito eléctrico lejos en los escaparates-. Claves enclavadas en jardines floridos con olor a gato podrido (oh! la rima que se arrima para tentarme siempre), hueles mal pequeña emponzoñada que flaca te estirarás, y fea, pálida como un espárrago, chupada nunca cojida, obligada a someterte a las caricias de tus pares, rezongarás frente a la asamblea de Los Directrices, o ante tiernas y lustrosas adolescentes que son serán un bocado que no te pertenece. Muchacho, apelo a tu juicio fructuoso, mirá el desierto y rajate un sonoro pedo, invocación de un buen hombre a sus lejanos ancestros intelectuales, decliná un poco el pelo para que la caspa de un honorable guerrero caiga como nieve, Apollinaire presente. Muchacho no escatimes esfuerzo para que tu verso abra las piernas de las nínfulas ante ti, las que quedan, las que movidas por un deseo menos siniestro que La Gran Cámara de TV, nuevo rostro del Señor, quieran ser cojidas por el autor, sí, ese estúpido mono que se contonea con la palabra y el mirar.

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