Que desaparezca del aire que la niebla lo envuelva a uno en la indefinición de un rumor pálido que nada dice de mí ni de ti y que el diario de hoy se queme se vuele por las calles hasta disolverse en las alcantarillas roñosas de la ciudad.
Que esa vetusta estrategia de amarillear las palabras no nos sirva ni enloquezca el sentido de lo que alguna vez nos prometimos. Ya todo está perdido, y por el oído justo como la lápida ordenada donde los almuerzos desnudos, dejemos de cubrir este polvo, esa tierra, ese sueño. El estigma es estigma sólo si damos crédito a la patraña. Nadie que te mire hablará bien ni siquiera las heridas propiciadas al banco donde la noche nos cobijó y nos puso a reparo de nuestra locura expresará con certeza lo que nuestro abandono creó cuando tu desnudez y tus ojos entraron en crisis y la oscilación perfecta de la materia hirviente agitó los puentes como un látigo despedazó las formas y los ritos y las convenciones abriendo definitivamente el cielo de nuestro mutuo ardor.
Un conjuro inútil el de sobrellevar ocultos la grajea de placer, hay que saltarle al ojo del susurro y acuchillar el chisme, amordazar el loco sentido y cortar las palabras en otras palabras para que el trueque no sea un mero truco de malabarista de circo pobre. Las mordazas mágicas de las risas y el encogimiento de hombros para que los hombres caigan derrotados en el fanal fangoso de la bobez ¿existe esta palabra? ahora sí. Ahora sí mi amor que somos historia roja en las orejas tontas del ir y venir. Si querés te acompaño a misa del domingo y te guiño el ojo selvático entre la muchedumbre que masca el tocino de la ignominia como si fuese el nombre o el nombrar de la probidad. Virtud es tu piel lacerada por mi boca que roe tus intersticios anhelantes y escribe otra historia de domingo fresco esfinge de descuido, hueco de bruma que se abre para que nuestros ojos rían al unísono y juntos se nublen mientras la turba enardecida habla y habla y se desgañita levemente como para vociferarlo y callarlo todo a la vez. Pero las masas de aire agitado las partículas el aliento del lobezno y la bajeza de la hiena que hiere el tímpano, te digo, inútilmente amor mío, que entre tantas otras te cubres las ubres mordidas en un santiamén en un hola que tal chau me voy pero cómo me voy me voy así corroyendo este regusto este recuerdo que te llevás en mi saliva y juntos y solos saboreamos el helado caramelo del pecado, mientras todos hablan y no saben qué.
No le temas a lo demás.
Desde una punta a la otra tus ojos y mis labios tus labios y mis ojos hacen la palabra en el silencio distante, como en un susurro, que nadie es capaz de oír, nunca.
Que esa vetusta estrategia de amarillear las palabras no nos sirva ni enloquezca el sentido de lo que alguna vez nos prometimos. Ya todo está perdido, y por el oído justo como la lápida ordenada donde los almuerzos desnudos, dejemos de cubrir este polvo, esa tierra, ese sueño. El estigma es estigma sólo si damos crédito a la patraña. Nadie que te mire hablará bien ni siquiera las heridas propiciadas al banco donde la noche nos cobijó y nos puso a reparo de nuestra locura expresará con certeza lo que nuestro abandono creó cuando tu desnudez y tus ojos entraron en crisis y la oscilación perfecta de la materia hirviente agitó los puentes como un látigo despedazó las formas y los ritos y las convenciones abriendo definitivamente el cielo de nuestro mutuo ardor.
Un conjuro inútil el de sobrellevar ocultos la grajea de placer, hay que saltarle al ojo del susurro y acuchillar el chisme, amordazar el loco sentido y cortar las palabras en otras palabras para que el trueque no sea un mero truco de malabarista de circo pobre. Las mordazas mágicas de las risas y el encogimiento de hombros para que los hombres caigan derrotados en el fanal fangoso de la bobez ¿existe esta palabra? ahora sí. Ahora sí mi amor que somos historia roja en las orejas tontas del ir y venir. Si querés te acompaño a misa del domingo y te guiño el ojo selvático entre la muchedumbre que masca el tocino de la ignominia como si fuese el nombre o el nombrar de la probidad. Virtud es tu piel lacerada por mi boca que roe tus intersticios anhelantes y escribe otra historia de domingo fresco esfinge de descuido, hueco de bruma que se abre para que nuestros ojos rían al unísono y juntos se nublen mientras la turba enardecida habla y habla y se desgañita levemente como para vociferarlo y callarlo todo a la vez. Pero las masas de aire agitado las partículas el aliento del lobezno y la bajeza de la hiena que hiere el tímpano, te digo, inútilmente amor mío, que entre tantas otras te cubres las ubres mordidas en un santiamén en un hola que tal chau me voy pero cómo me voy me voy así corroyendo este regusto este recuerdo que te llevás en mi saliva y juntos y solos saboreamos el helado caramelo del pecado, mientras todos hablan y no saben qué.
No le temas a lo demás.
Desde una punta a la otra tus ojos y mis labios tus labios y mis ojos hacen la palabra en el silencio distante, como en un susurro, que nadie es capaz de oír, nunca.
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