En esta mortal melancolía bizarra que arrea el colérico sueño del verano. Ya el cuchillo hendió el muérdago de felpa y como diarrea la esperma roja dejó su rastro en la rala espesura. No hay más que rastro y la duda que ahonda cualquier herida, hasta la de la purga inverosímil de unicidad. Todos podrán escarchar el lago de la opinión, la noche está perdida y las estrellas se desfiguran. Ulular, merodear la espuma de luces, la cana que rompe la magia. Sangre sangre sangre y ritmo en la traza. No indagues más el asesino soy yo que he visto subir y bajar con mortal desparpajo la hoja la sierra la dura cuchilla de la orfandad. Restregaba y arrancaba moles y lombrices espaciales eufemismos y admirativos adverbios. No insultes a mamá que duerme la nana entre algodones de clorofila. Licor de mentas que rezonga en la garganta cortada en dos. No quiero que me nombre ante la gente, no quiero que brille el pulido objeto, no quiero que nadie cree un espacio publicitario mientras las banderolas de la acusación amordazan la libre interpretación.
Qué llagada. Que vasta ambigüedad la niña y el niño, que ocultos en el desdoblamiento encontraron mi furor tanino, mi fuente de agrio desafío.
No me mires a los ojos si quieres la verdad.
La muerte que en el callejón embellece la historia. La transida calumnia que deshueva el monstruo de múltiples cabezas. El ojo que ensarta la aguja de la poesía y la proeza. La canción que arma el argumento. El despojo que ronda la ilusión del héroe.
Qué soberano desperdicio. Ni pegando papel con papel desbroza el uno a uno el principio y el fin. Porque magia del tiempo, allí estaba, allí no estaba. Y ahora recojo la visión desde la calleja solitaria. Tumulto, hormigas en melaza, tan distantes, tan devueltas a sus hoyos, tan desdentadas de motivos.
Runrún, conversación, sonrisas y estupor.
Ahí, caminando en lo obscuro, con fino deslizarse, y delicado aroma de solitario sonriente, allí entre sombras que juegan a ensombrecerse, entre figuras que se devoran en otras, quizá devuelto a su plutónica licantropía, con un camino largo y brillante, pero curioso, el duende, la carga de los celos argásmicos, el detalle de un deseo, el micro organismo de una pasión, hecha carne y a tu nombre. Sin la costilla iniciática, sin el paraíso brindado, sin sentido ni horror, afilando su segundo estupor, niña, niño o animal. Ciego y vidente a la vez. Sordo por sobre todas las cosas, duerme el durmiente, el eterno dios, que de un parpadeo nos acaba.
Qué llagada. Que vasta ambigüedad la niña y el niño, que ocultos en el desdoblamiento encontraron mi furor tanino, mi fuente de agrio desafío.
No me mires a los ojos si quieres la verdad.
La muerte que en el callejón embellece la historia. La transida calumnia que deshueva el monstruo de múltiples cabezas. El ojo que ensarta la aguja de la poesía y la proeza. La canción que arma el argumento. El despojo que ronda la ilusión del héroe.
Qué soberano desperdicio. Ni pegando papel con papel desbroza el uno a uno el principio y el fin. Porque magia del tiempo, allí estaba, allí no estaba. Y ahora recojo la visión desde la calleja solitaria. Tumulto, hormigas en melaza, tan distantes, tan devueltas a sus hoyos, tan desdentadas de motivos.
Runrún, conversación, sonrisas y estupor.
Ahí, caminando en lo obscuro, con fino deslizarse, y delicado aroma de solitario sonriente, allí entre sombras que juegan a ensombrecerse, entre figuras que se devoran en otras, quizá devuelto a su plutónica licantropía, con un camino largo y brillante, pero curioso, el duende, la carga de los celos argásmicos, el detalle de un deseo, el micro organismo de una pasión, hecha carne y a tu nombre. Sin la costilla iniciática, sin el paraíso brindado, sin sentido ni horror, afilando su segundo estupor, niña, niño o animal. Ciego y vidente a la vez. Sordo por sobre todas las cosas, duerme el durmiente, el eterno dios, que de un parpadeo nos acaba.
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