Te pega en la ancha banda del asfalto. Cuando llueve como escamas de pez, cuando brilla por los faros raros de soles movedizos. Al cruzar la estridencia de luces, y en el vuelco de un reflejo, un retrovisor ojo que se intuye. Ella se sube al esmerilado rodado, y latínico cofre de encierros. Frotar la lámpara hasta hacer emerger al genio, que es humo diablo solo humo en la pampa de los sentidos. El labio que brilla y se estremece en el espejito, sabroso resto de luz rojiza, jugo de un tinto acaramelado que se desborda de la copa de cristal, pulposo como una frambuesa. El parabrisas, el resquicio de la caja de Pandora, todas se encierran. Metálicos vestidos en las noches de hambruna, metonímica escafandra para esconderse o para exponerse.
Lustrosas y ajustadas, imaginadas o intuidas, en el gabinete oscuro, con el aire de fragancia de provocación, soñándose soñadas, sin destino o con el de la fantasía. Aroma a misterio, a distancias, a efluvios de sexo festivo. Vainas, cerraduras llaves rodantes que embriagan la ciudad. Dejan las ráfagas de las miradas, o el desinterés. Flacas, gordas, hombrunas, sedosas, rubias o teñidas, negras o marcianas, altas o bajas, atoradas en la miseria de un juego sin resolución. De refilón te juna, o te ignora, pasa de largo vuelve a casa o se raja, ronda honda en la penumbra que la oculta, en esa cáscara carnosa de sintético. Vigorosa en la estampa te espanta, pone esa lejanía de humo, con su dibujo de deslices y curvas ansiadas, gelatina textil que la desnuda como a la funda de un arma blanca. Un cigarrillo antes de lanzarse a la marcha.
Luz Roja, peligro, gira la cabeza y un abismo te ilumina, un abismo azul, oleoso. Y el hambre latiendo haciendo huecos en el periplo, abandonando el cuadro. ¿Dónde? ¿Quiénes? Quienes en resuelto deambular disparan la ineficacia de hombre solo, de lobo desguarecido cansado de soplar casamatas, de lamer estampillas, de fusionar hermanas con amantes, de doblegar el esperma impertinente, de amasar el deseo y fregarlo contra los muros de las paredes, de los carteles que te anuncian inalcanzable, de retorcerlo contra el rizado venus sin brazos, contra las montañas rosadas de la cosmética, contra el picante surco húmedo.
El ojo cazador acierta pero el movimiento se lleva la sonrisa de triunfo vano. El ojo sueña y lava el rostro cuya máscara de sombras no conocerás en la velocidad, vana también. El ojo muerde ese otro ojo sin edad, sin color o con el horizonte de todos los colores posibles. Ese ojo que ya te abandona, que se lanza y avanza por el éter, inútilmente, hasta desvanecerse.
Pasa en un segundo, pasan en un segundo. Efímero es el talante, y efímera es la imagen, envainada, modelada en plástico, fibra y metal. Láser de olvido, fragante presa que se fue con la tecnología, con las pantallas azules de los video clips, con las películas neblinosas de la estética, con la película del lustre, con la cutícula de las medias largas y hondas de texturas y membranas de piel sin grumos.
Luz Verde, chirriar, humo, aromas, intuiciones, apenas huellas de ellas.
Hidrocarburo, perfume de mujer
(Envueltas. Enlatadas, como guantes de acero. Distantes siempre, ajenas al mundo. Me hundo en esa blasfemia que en vano invoca un conjuro. Ni desnudadas ni embozadas. Suaves, suaves como las faldas que se pliegan sobre la butaca suave, tersa, suntuosa como esas piernas que se abren y exhalan el perfume de la locura, con esos breves movimientos sobre los pedales. No. No hay calidez en la imaginación, no hay una nación de despojos anhelantes de deseos con nombre y apellido, de miradas que se corresponden. No hay un gesto, un tornillo, una sonrisa, una correa de distribución, un bostezo, un cilindro, un parpadeo, una bujía, un agitar de cabellos, una caja de cambios, un murmullo cadencioso, un burro de arranque.
La gloria está puesta en la oscuridad. Y es en vano que cada músculo proyecte sus ganas, la cápsula se irá al quinto infierno, cuando la luz verde le dé el paso.
Hidrocarburo, perfume de mujer).
Lustrosas y ajustadas, imaginadas o intuidas, en el gabinete oscuro, con el aire de fragancia de provocación, soñándose soñadas, sin destino o con el de la fantasía. Aroma a misterio, a distancias, a efluvios de sexo festivo. Vainas, cerraduras llaves rodantes que embriagan la ciudad. Dejan las ráfagas de las miradas, o el desinterés. Flacas, gordas, hombrunas, sedosas, rubias o teñidas, negras o marcianas, altas o bajas, atoradas en la miseria de un juego sin resolución. De refilón te juna, o te ignora, pasa de largo vuelve a casa o se raja, ronda honda en la penumbra que la oculta, en esa cáscara carnosa de sintético. Vigorosa en la estampa te espanta, pone esa lejanía de humo, con su dibujo de deslices y curvas ansiadas, gelatina textil que la desnuda como a la funda de un arma blanca. Un cigarrillo antes de lanzarse a la marcha.
Luz Roja, peligro, gira la cabeza y un abismo te ilumina, un abismo azul, oleoso. Y el hambre latiendo haciendo huecos en el periplo, abandonando el cuadro. ¿Dónde? ¿Quiénes? Quienes en resuelto deambular disparan la ineficacia de hombre solo, de lobo desguarecido cansado de soplar casamatas, de lamer estampillas, de fusionar hermanas con amantes, de doblegar el esperma impertinente, de amasar el deseo y fregarlo contra los muros de las paredes, de los carteles que te anuncian inalcanzable, de retorcerlo contra el rizado venus sin brazos, contra las montañas rosadas de la cosmética, contra el picante surco húmedo.
El ojo cazador acierta pero el movimiento se lleva la sonrisa de triunfo vano. El ojo sueña y lava el rostro cuya máscara de sombras no conocerás en la velocidad, vana también. El ojo muerde ese otro ojo sin edad, sin color o con el horizonte de todos los colores posibles. Ese ojo que ya te abandona, que se lanza y avanza por el éter, inútilmente, hasta desvanecerse.
Pasa en un segundo, pasan en un segundo. Efímero es el talante, y efímera es la imagen, envainada, modelada en plástico, fibra y metal. Láser de olvido, fragante presa que se fue con la tecnología, con las pantallas azules de los video clips, con las películas neblinosas de la estética, con la película del lustre, con la cutícula de las medias largas y hondas de texturas y membranas de piel sin grumos.
Luz Verde, chirriar, humo, aromas, intuiciones, apenas huellas de ellas.
Hidrocarburo, perfume de mujer
(Envueltas. Enlatadas, como guantes de acero. Distantes siempre, ajenas al mundo. Me hundo en esa blasfemia que en vano invoca un conjuro. Ni desnudadas ni embozadas. Suaves, suaves como las faldas que se pliegan sobre la butaca suave, tersa, suntuosa como esas piernas que se abren y exhalan el perfume de la locura, con esos breves movimientos sobre los pedales. No. No hay calidez en la imaginación, no hay una nación de despojos anhelantes de deseos con nombre y apellido, de miradas que se corresponden. No hay un gesto, un tornillo, una sonrisa, una correa de distribución, un bostezo, un cilindro, un parpadeo, una bujía, un agitar de cabellos, una caja de cambios, un murmullo cadencioso, un burro de arranque.
La gloria está puesta en la oscuridad. Y es en vano que cada músculo proyecte sus ganas, la cápsula se irá al quinto infierno, cuando la luz verde le dé el paso.
Hidrocarburo, perfume de mujer).
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