19.8.06

No te vayas no te quedes

Me pregunto: quién tiene la palabra. Si en abracadabra el sol y las cosas son esa rara antropofagia. Me pregunto si en soledad el ocaso es así de terso, y si cada reverbero del escudo del habla, cada verso, tiene astillas relucientes del reino. Si cada alcantarilla alcanza el freno de la boca, si a cada invocación del diablo, es presente voz y cuerpo, si los carbones de la mirada se encienden cuando la nombro. Si ella está hecha de papel o de sonido. Si en el nido oscuro y profundo de la deserción, toda promulgación es una fórmula.
Y qué lívido, amoratado lazo ahoga esto que destella en el horizonte.
Ahora las voces se han callado, ahora los ecos han cesado, ahora la tinta es sangre y el papel es humo, ahora no hay olvido y todo concepto se superpone se superpuebla. No hay, digamos, diferencia entre la nada y el todo. Moño de infinito. Roce de algas estériles que adornan tu cabello de inmaculada sirena. Presta fuego al otoño de la hoja extraviada. Ya el plomo de los años cabecea en el destierro. Ingenuo reverso de las pasiones. Anodino y prematuro, los espurios conceptos, un chiste, un lamentable chiste, una chispa de hondo hermetismo, una franca palanca del converso que clava uñas en el hombro. Que amortaja tablas rasas sobre un juego de oca. Tienden las palabras un puente colgante como una densa lágrima que se estira hasta desvanecerse. De esta ilusión, de este trapo sucio, de este vacío equívoco, de este despedazar lo tangible, la tersura de un rostro, el paralelo de una vía, el espacio personal de una vida, el desliz memorable de la gata oscura, el sueño precario de la idiotez congénita. Sí; el lugar común del nombre.
Así te quiero. Así.
Desnuda de fanfarrias y tiznada de noches borrachas.
Sin un sentido cabal. Así.
Aunque en esta debacle nuestra, el lazo ahoga este reino de confusión.

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