Como una estafa a la madrugada, o al cristal con que se la mire, la llaga amaga retrotraerme a la pesadilla, pero no hay mayor ciego que aquel que no quiere ver. No le doy tregua al llanto ni al lamento, aunque me muerda las ruedas del desaire, aunque los sapos no sepan mejor que las flores de calabaza fritas.
Como una vuelta de hoja en el ocaso, a horas de doblegarnos en insomnia resolución y haciendo estallar los frontales designios de la fanfarria. Será una fiesta y es un circo. Será un festejo y es un velorio. Será un amanecer y es la muerte. Será el holocausto y es un parto múltiple.
Como si el hado se hubiese olvidado de nuestro derrotero, y volteando el horizonte camináramos hacia una ciudad desconocida envueltos en la melancolía sin saber que nos esperan con los brazos abiertos: para un argentino no hay nada mejor que otro argentino.
Sin embargo basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, no hay rastros de nuestro pasado y sin él no somos.
El cristal o el vidrio de colores se ha reblandecido se ha disgregado en el sílice primordial dejándome en el vértice de la ausencia, sopesando el impulso para franquear una dirección que no sea siempre la noche, la bendita ácrata noche. No tengo un puto punto de vista y no hay arista de la que pueda colgar un juicio.
Sin embargo estás vos que no sé quién sos pero latís en la zona obscura, en el intersticio del sentido y la vigilia, y abro los ojos para desconocerte aún mejor en el encandilamiento de tu ciega belleza.
Los sones de la esa melancolía improvisan un lastrado tango que se arrastra por los pasillos de madera de la casa vacía y recién abierta. Los cuadros, todos del mismo autor, se ocultan tras una fina película de tierra. No puede dejar de mencionarse que los ecos de la casa vacía se parecen a los lugares comunes de la mala literatura gótica, pero a diferencia de los cuentos escabrosos aquí no hay realidad palpable y todo se asemeja a un sueño, que tampoco es.
Siento ese son como sonrojarse de la historia que no me devuelve la piel del amor, ni el color de los ojos de la inocencia, ni el doblez de la adolescencia en la que mi primera persona del singular fue muerta por la maga alucinación. Siento esa música como un reproche que vuelve por no haber sabido detener el tiempo en un cliché, y mirarme al espejo todos los santos días para descubrir azorado la permanencia de siempre. No olvido, aunque basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, menos este tango que suena como un blues sin negros, como una vidala sin ecos, como un martillo sin juez, como una guillotina sin cuchilla. Menos esta música defectuosa que pretende enarbolarse como un himno de una vida que no tuve.
Avanzo por los pasillos de madera hasta el final donde se abre en una vasta sala con sillones cubiertos por telas que parecen viejos fantasmas aburridos de participar en películas tediosas. Hay un olor a humo en el ambiente que nos retrotrae a un escondite donde encendimos nuestros primeros pasaportes al clímax. Y mientras giro la mirada devastadoramente taxativa me pregunto por qué hablo en plural, si en esta habitación estoy más solo que nunca. Porque esa filigrana en los vidrios ajados, esos dibujos en las manchas de las paredes en los despojos del empapelado no puede llamarse una compañía. Y esta música que se desgrana sin origen no puede hacerme creer que estoy más cerca de vos.
Un rayo de luz perfora la estancia como un estallido luminoso y por un segundo veo a tu rostro darle un destino al azar de las partículas luminosas del polvo virgen que agité con mis pasos pesados. Pero nada, es otra ilusión, otro relámpago, que me deja nuevamente en el vértice.
La noche morderá mis tobillos. Los lugares comunes me devolverán al mundo, por la mañana me pondré nuevamente el traje de todos los días, me ajustaré con ahogo la corbata al cuello de la camisa, esa camisa que lastima la piel recién afeitada de mi cuello. La puerta se abrirá al otro plano, el de todos y el de nadie, y este son morirá con la música de Stokhausen, con fondo de vehículos, bocinazos, cantitos vendedores y las consignas de los piqueteros.
Sin embargo, detrás del párpado, detrás de la retina que registra lo cotidiano, un radar acecha al estigma de lo que puedas ser, para transformarnos en una fiesta, en un cometa estallando el los albores del universo. Otra canción otro baile otra sensibilidad, otra percepción.
Como una vuelta de hoja en el ocaso, a horas de doblegarnos en insomnia resolución y haciendo estallar los frontales designios de la fanfarria. Será una fiesta y es un circo. Será un festejo y es un velorio. Será un amanecer y es la muerte. Será el holocausto y es un parto múltiple.
Como si el hado se hubiese olvidado de nuestro derrotero, y volteando el horizonte camináramos hacia una ciudad desconocida envueltos en la melancolía sin saber que nos esperan con los brazos abiertos: para un argentino no hay nada mejor que otro argentino.
Sin embargo basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, no hay rastros de nuestro pasado y sin él no somos.
El cristal o el vidrio de colores se ha reblandecido se ha disgregado en el sílice primordial dejándome en el vértice de la ausencia, sopesando el impulso para franquear una dirección que no sea siempre la noche, la bendita ácrata noche. No tengo un puto punto de vista y no hay arista de la que pueda colgar un juicio.
Sin embargo estás vos que no sé quién sos pero latís en la zona obscura, en el intersticio del sentido y la vigilia, y abro los ojos para desconocerte aún mejor en el encandilamiento de tu ciega belleza.
Los sones de la esa melancolía improvisan un lastrado tango que se arrastra por los pasillos de madera de la casa vacía y recién abierta. Los cuadros, todos del mismo autor, se ocultan tras una fina película de tierra. No puede dejar de mencionarse que los ecos de la casa vacía se parecen a los lugares comunes de la mala literatura gótica, pero a diferencia de los cuentos escabrosos aquí no hay realidad palpable y todo se asemeja a un sueño, que tampoco es.
Siento ese son como sonrojarse de la historia que no me devuelve la piel del amor, ni el color de los ojos de la inocencia, ni el doblez de la adolescencia en la que mi primera persona del singular fue muerta por la maga alucinación. Siento esa música como un reproche que vuelve por no haber sabido detener el tiempo en un cliché, y mirarme al espejo todos los santos días para descubrir azorado la permanencia de siempre. No olvido, aunque basta mirar hacia atrás y las huellas se han ido borrando, menos este tango que suena como un blues sin negros, como una vidala sin ecos, como un martillo sin juez, como una guillotina sin cuchilla. Menos esta música defectuosa que pretende enarbolarse como un himno de una vida que no tuve.
Avanzo por los pasillos de madera hasta el final donde se abre en una vasta sala con sillones cubiertos por telas que parecen viejos fantasmas aburridos de participar en películas tediosas. Hay un olor a humo en el ambiente que nos retrotrae a un escondite donde encendimos nuestros primeros pasaportes al clímax. Y mientras giro la mirada devastadoramente taxativa me pregunto por qué hablo en plural, si en esta habitación estoy más solo que nunca. Porque esa filigrana en los vidrios ajados, esos dibujos en las manchas de las paredes en los despojos del empapelado no puede llamarse una compañía. Y esta música que se desgrana sin origen no puede hacerme creer que estoy más cerca de vos.
Un rayo de luz perfora la estancia como un estallido luminoso y por un segundo veo a tu rostro darle un destino al azar de las partículas luminosas del polvo virgen que agité con mis pasos pesados. Pero nada, es otra ilusión, otro relámpago, que me deja nuevamente en el vértice.
La noche morderá mis tobillos. Los lugares comunes me devolverán al mundo, por la mañana me pondré nuevamente el traje de todos los días, me ajustaré con ahogo la corbata al cuello de la camisa, esa camisa que lastima la piel recién afeitada de mi cuello. La puerta se abrirá al otro plano, el de todos y el de nadie, y este son morirá con la música de Stokhausen, con fondo de vehículos, bocinazos, cantitos vendedores y las consignas de los piqueteros.
Sin embargo, detrás del párpado, detrás de la retina que registra lo cotidiano, un radar acecha al estigma de lo que puedas ser, para transformarnos en una fiesta, en un cometa estallando el los albores del universo. Otra canción otro baile otra sensibilidad, otra percepción.
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