Estoy ciego de tanta inmaculada certeza; al borde de una revelación que me abrirá el fuego de la genealogía y me dejará tendido en el arrabal a merced de lobos antiquísimos. El humo podrido de la ciudad será el telón de fondo del escurridizo miasma como un volcán tejido por las alcantarillas ardidas en la noche del verano, de la calma bochornosa de mi alma que se desteje para dejar entrar un suspiro sin origen y sin estirpe, un instante antes de que la tormenta arrolle con todos lo humores de la urbe enloquecida que se prepara para otro acto, para otra puesta en escena; para otra simulación de la vida. Y en ese momento que no es un instante sino una apreciación o un paréntesis donde otro me habla y donde por otro hablo como si fuera un ventrílocuo que olvidado de gemir en la madera se alza por encima de la cubierta insensible e interpreta no los errores sino los horrores de múltiples existencias estallará hondo en un sacrificio que no tiene sentido a la interpretación humana. Vejado por el silencio de la multitud indefinida y harto de otros escasos contoneos, o ahíto de imágenes que no me devuelven a la unicidad, despierto de cada uno de los sueños que se superponen capa a capa hasta desdibujarse como ilusión, o marcado por el tropiezo con la escurridiza realidad, el mito de la real realidad palpable y sensible, me ahogo en esta belleza de inminencia. Pura pátina.
No habrá fuegos de artificios y nada anunciará otra cosa que un melodrama, o un tango gastado en una habitación alquilada al destierro del desierto afectivo. Las ventanas se abren o se cierran según desde dónde se las contemple (es una falacia). Pero no habrá lluvia capaz de lavar las veredas mugrientas de la noche, ni los oscuros rincones donde las bestias mascullan el infierno de la prepotencia. Los diarios de la mañana mentirán lo que quedó de la violencia sin rostro. Te habré palpado sin permiso, y habré conocido ¿qué? solo la superficie del miedo y de la impotencia. Los diarios querrán contar la verdad del modo que quieran contarla, siempre y cuando los titulares dibujen la sangre de papel que atraiga a las moscas de la carroña. Si eso alcanzase, pero no es así. El conjuro se prepara solo, o miles de arañas lo tejen día a día, noche a noche, y la revelación nunca alcanza, la tormenta es como las lentejuelas de la vestimenta del bufón, de esa marioneta animada y desarticulada que ensaya cabriolas en medio de la plaza pública sin testigos, porque –como dije– la multitud es apenas un croquis, un afiche mal impreso, un eslabón suelto y loco que gira y gira como el disco de nylon de donde se arrastra esa melodía dolida y espantosa que canta a la decrepitud ardorosa de la belleza.
Estoy ciego, expectante.
Es todo, es nada.
No habrá fuegos de artificios y nada anunciará otra cosa que un melodrama, o un tango gastado en una habitación alquilada al destierro del desierto afectivo. Las ventanas se abren o se cierran según desde dónde se las contemple (es una falacia). Pero no habrá lluvia capaz de lavar las veredas mugrientas de la noche, ni los oscuros rincones donde las bestias mascullan el infierno de la prepotencia. Los diarios de la mañana mentirán lo que quedó de la violencia sin rostro. Te habré palpado sin permiso, y habré conocido ¿qué? solo la superficie del miedo y de la impotencia. Los diarios querrán contar la verdad del modo que quieran contarla, siempre y cuando los titulares dibujen la sangre de papel que atraiga a las moscas de la carroña. Si eso alcanzase, pero no es así. El conjuro se prepara solo, o miles de arañas lo tejen día a día, noche a noche, y la revelación nunca alcanza, la tormenta es como las lentejuelas de la vestimenta del bufón, de esa marioneta animada y desarticulada que ensaya cabriolas en medio de la plaza pública sin testigos, porque –como dije– la multitud es apenas un croquis, un afiche mal impreso, un eslabón suelto y loco que gira y gira como el disco de nylon de donde se arrastra esa melodía dolida y espantosa que canta a la decrepitud ardorosa de la belleza.
Estoy ciego, expectante.
Es todo, es nada.
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