26.8.06

Yo no te digo

Yo no te digo que sigas, que te doblegues que te embeleses, ni siquiera que anudes tus desnudeces al opaco pétalo de las flores muertas en las tumbas de los parientes que extrañamos pero que no visitaríamos nunca más. No insisto en que desarmes tus temblores por la espalda, ni que te vuelvas y abreves en mi mordaz humor de lunes por la mañana ni que riegues los esfuerzos del jardín de la locura. Solo sombras cosecharás si me buscas en el espejo cada noche, si me dibujas de memoria en la arena de la playa la vez que tienes la oportunidad de escaparte del mundo y vagar hacia el horizonte teñido de tormenta y carteles de lata. El pan de tu nostalgia no te pide que lo devores no te pide que lo envuelvas en perfumes de panaderías abiertas, de ungüentos bramantes con especias y ajos.
No, yo no te digo que te muerdas la lengua ni que te acompañes las siestas con tu negro déshabillé, con tu lencería de puta decadente, con los harapos de la imagen que tragaste como una píldora de la felicidad. Estábamos lejos, nos olíamos a la distancia y te acercaste a desovillar tu deseo de madraza en libertad y formulaste una obligación como una pócima.
Yo no te digo que sigas porque nunca te dije que avances, siempre golpeo la ventana de mis amantes cuando quiero entrar, siempre giro el pomo de la puerta y me quedo allí, a que den el empujón; a que cierren los ojos y abran la ansiedad; a que dobleguen los marasmos de la mentira de la hambruna de la parricida palabra mágica. Los largos dedos de la enredadera que cubre los hombros de los balcones; las flores que engañan las luces del día; los guijarros que se disfrazan de rubíes en los poemas de los falsos poetas; las vituallas del amor que es sangre y pulsión; los ojos distintos y sedosos que cobijan la languidez de la espera; el esperma que no se regala sino que se ofrenda; el envoltorio lúbrico de los cuerpos; la salada mordida del relámpago cuando tus tantos otros cuerpos se disparan en miles de imágenes que suben por mi corteza áspera de hombre ocasional, retardarán el estigma.
Yo no te digo, simplemente te penetro a la hora en que todos los sonidos tienden a aquietarse menos el derrotero del agua de los arroyos o de los ríos que lavando el sol se lo llevan a orillas lejanas y frías y el de los aviones que dejan una breve estela de sombra sobre los sembradíos de oro y plata, donde la prosperidad crece y se cosecha. Simplemente te penetro y me olvido de tu olvido y mil cuerpos se activan cada vez.
Cada vez.

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