30.9.06

Las Sábanas Ajadas

Los ojos me devuelven al estiércol de la matina, al estéril tapiz de la mañana doblada por la neblina. Como ánimas las manos animan el fuego en torno al cual los monjes de la intemperie y los perros se calientan y descubren el olor picante de las ramas quemadas, la efervescencia de la yerba mate, la urgencia de la garganta, el escozor del tabaco rancio y el prurito de la sarna. Los muelles desencantan su muerte, el sonar del agua que baja invisible llevando olvido y esperma tan lejos como sea posible. Después la calleja se abre para engendrar bicicletas montadas por seres desflecados y encubiertos cuyas arrugas condensan el agua que corre como por canales o surcos confundiendo sales, intercambiando lágrimas, lluvia y transpiración. El sabor del orégano descansa en el fondo de la lengua entumecida y los músculos sueñan con una balsa que se deja empujar por el mar, a la deriva, como la voz de los descabezados por las explosiones en el Líbano, pero la realidad estropeada en el hondo suceder sacude la espera inaudita, la perspectiva incompresible con fondo de humo y niebla que se aman y retuercen como una dínamo de confusión. Los dijes, las perlas y las joyas naranjas de la enredadera empalidecida que insiste con su savia entusiasta, para quebrar tanta monocromía, tanta sinuosa aspereza, tanta blanca matanza del color.

29.9.06

No Decir Esta Boca Es Mía

Entonces la boca.
Ajada en su descarnada negligencia de severidad y enturbiada por el color de los cosméticos que no ocultan la armada estrategia de atracción, quizá sonríe, pero no lo sabremos ni aún saboreando la película húmeda de su efectividad. Habrá señuelos más eficaces pero perecederos, y habrá olvidos inmediatos que nos hagan volver a caer al seno sinuoso de la trampa. Porque entre trampas y tramas vive el hombre.
Porque desde el brillo y desde la curvatura se llega a la locura.
Entonces la boca
Besa otra boca como en un juego de espejos y dos lenguas se hablan un código de salivas y arrebatos eléctricos domesticados en la morosa ternura. Un códice de jugos y fervores que aletargan el sentido y abren la marcha hacia el horizonte de la demencia. La demandada demencia.
En esos labios se yerguen los míos ahondando y traduciendo el habla brujeríl de placer de sensualidad táctil y visual. Y en esos recortes del cuerpo quiero ahogarme, en esa invitación dibujada en la primer palabra o en el primer mohín, en la sangre que fluía por los canales ocultos y acelerados de nuestro original roce cuando de puta te pintaste cuando de puta me ensordeciste como una sirena que me ata al palo mayor de mi propio sexo sin necesidad de emitir ningún canto a menos que llamemos canción a los gemidos entrecortados que se abren cuando esas frutas gelatinosas se despegan un segundo para que el aire fluya y me golpee en el vientre.
Entonces las bocas.
Esas bocas locas como abismos que me interrogan ingenuas ¿Qué espero? Qué espero para suicidar la razón y dejar que me arrebaten estereofónicamente.